Fundación Compaz

#LosRostrosDeLaPaz

Martín Batalla

Confecciones la Montaña

Javier Uribe

Asoyupguz

Gina Parra

Colectivo Miradas

Enrique Mena

Visaje Negro
Martín Batalla de Confecciones la Montaña

Martín Batalla

Confecciones la Montaña

Martín Batalla, un nombre producto de la violencia pero que significa paz y reintegración.

Nació en Manizales como Andrés Mauricio Zuluaga Rivera, a sus dos años su familia se mudó a Medellín y a sus 19 años su nombre dejó de ser Andrés. Creció en una ciudad atravesada por todos los tipos de violencia, desde la mafia, hasta el conflicto armado con la guerrilla. Con esa conciencia de estar en una ciudad y un país violentos, Andrés, con apenas 12 años, conoció el hip hop y el mundo cultural y desde ese momento se dio cuenta que a través del arte podía ayudar a construir una ciudad diferente. Con sus amigos crearon diferentes escuelas de hip hop en la comuna 8 y 13 de Medellín, y fue en ese momento que pasó de ser un espectador de la violencia a vivirla en carne propia. Los grupos paramilitares perseguían a las escuelas de hip hop y sus integrantes porque las letras de las canciones hablaban de transformación y lucha social y comunitaria, que era precisamente lo que Andrés buscaba con las escuelas de hip hop, generar conciencia crítica en los jóvenes. En esa época Andrés enterró a varios amigos.

Ingresó a la Universidad de Antioquia en 2002 para estudiar filosofía y después se cambió a derecho. Ahí se vinculó al movimiento estudiantil, que era bastante estigmatizado en esa época, tanto que en una manifestación en 2005 fue detenido por el Estado por los delitos de rebelión, terrorismo y hurto agravado. Pasó, junto a otros estudiantes, 16 meses en la cárcel. Durante ese tiempo su cara estuvo en todos los medios de comunicación con el inri de miembro de las FARC. Debido a eso su familia tuvo que esconderse por razones de seguridad. Finalmente, los liberaron porque ninguno fue condenado. Años después el Consejo de Estado le ordenó a la Fiscalía General de la Nación pagarle una indemnización a los estudiantes por haberlos detenido ilegalmente.

El tiempo que estuvo en la cárcel le cambió la vida, convivió con verdaderos miembros de las FARC y conoció una cara de la guerrilla que no pensó que existía: “cuando llegué a la cárcel tenía una muy mala idea de las FARC, aún siendo un joven de izquierda. Pero adentro me di cuenta que era gente disciplinada que pensaba en la transformación del país, muchos de ellos campesinos, y fue con esa perspectiva que decidí entrar a la guerrilla.” En ese momento la vida y la detención de Andrés se convirtieron en una paradoja, pues pasó de ser un joven artista, y un estudiante rebelde y de izquierda condenado de manera injusta, a ser guerrillero; todo por una detención arbitraria, persecuciones a su familia y conexiones que probablemente no hubiera hecho si no hubiera estado preso.

Cuando salió de la cárcel ingresó al frente 36 de las FARC en el norte de Antioquia y por primera vez perdió su nombre. En la guerrilla tuvo múltiples alias pero nunca adoptó el nombre Martín, aún no era el momento. Durante los nueve años que estuvo en la guerrilla trabajó en las comunicaciones de las FARC, manejaba la página web, editaba los comunicados, participaba en la emisora y en la difusión de propaganda, incluyendo el estampado de camisetas, lo cual lo llevó al mundo textil, un conocimiento que hoy en día hace parte de su proyecto de vida.

En 2016, después de haberse firmado el Acuerdo de Paz y con la esperanza de una nueva vida, adoptó el nombre de Martín Batalla en honor a Martín Hernández Gaviria, un amigo que asesinaron los paramilitares en 2008. Entonces asumió la labor de hacer “pedagogía artística para la paz” en diferentes ciudades del país, junto a dos excombatientes más. Durante dos años hablaron sobre el Acuerdo en colegios y universidades a través de la poesía, la música y las artes audiovisuales. Terminada esa labor se instaló en el Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) de Anorí, Antioquia, y comenzó a construir, de la mano de 24 compañer@s, un sueño llamado Confecciones la Montaña.

Confecciones La Montaña nació gracias a los conocimientos que tenían l@s excombatientes elaborando uniformes, bolsos y otros implementos para la guerra. Ahora hacen lo mismo pero para construir paz. Martín también es gerente de la Corporación Red Nacional de Confecciones por la Paz RENA-C, que agrupa 28 talleres de confecciones en 14 departamentos del país; y es estudiante de derecho en la Universidad de Antioquia.

Su proyecto de vida es construir paz en Colombia porque sabe, en carne propia, que la guerra no vale la pena. Sigue teniendo el alma transformadora del Andrés de 12 años que cantaba hip hop en las comunas de Medellín, pero ahora honrando a un amigo y teniendo claro que la transformación se logra por la vía pacífica.

Martín hace parte de nuestra estrategia #PuentesParaLaReconciliación y los productos de Confecciones La Montaña siempre están presentes en los stands #DeManosQueHacenPaz.

Javier Uribe de Asoyupguz

Javier Uribe

Asoyupguz

Su padre le permitió estudiar hasta quinto de primaria porque para él “los hombres estudiaban hasta quinto y las mujeres hasta tercero”. Por esa razón, Javier Uribe decidió escaparse de su casa en el municipio de Colombia, Huila, con 1 peso y 80 centavos en el bolsillo. Eso le alcanzó para vivir 27 días en un cuarto en Neiva, después tuvo que dormir en un parque hasta que un tío lo recogió y le dio trabajo como mecánico de motos. Javier aprendió muy rápido, tanto que a sus nueve años se independizó. Todo el dinero que ganaba se lo enviaba a su mamá.

A sus 20 años y con seis millones de pesos en el bolsillo, que le dejó la venta de todo lo que había conseguido en Neiva, compró una finca en Puerto Guzmán, Putumayo, donde comenzó a sembrar lo que todo el mundo sembraba y lo que daba para vivir: coca. Después de un tiempo, y a raíz de una discusión con un miembro de la guerrilla, le pusieron una cuota de 200 mil pesos por hectárea de coca sembrada, una situación que con el tiempo se volvió insostenible y que lo llevó a buscar un fiador para la finca, que solo le pagó lo que costaba el ganado que tenía y se quedó con la tierra. Lo robó.

Después lo contactaron para ser intermediario en la compra de coca. Como ese era el negocio más rentable de esa zona, y sin muchas más opciones, Javier habló con los campesinos cultivadores para hacer la compra, pero la guerrilla se dio cuenta y lo retuvieron porque pensaban que estaba haciendo negocios con paramilitares. Lo liberaron con la condición de que pagara 300 millones de pesos en menos de una semana. Ese mismo día viajó a Mocoa, una decisión que le salvó la vida pero que otra vez lo dejó sin nada.

En Mocoa comenzó de nuevo, sin conocer a nadie. Consiguió trabajo en Suzuki y allá estuvo por dos años. Después se fue a Villagarzón a seguir trabajando como mecánico, hasta que llegaron los paramilitares y se volvieron clientes del taller en el que trabajaba. Entonces decidió regresar a Puerto Guzmán por miedo a que la guerrilla lo relacionara con ellos.

Al poco tiempo, en 2002, la fuerza pública llegó por primera vez al municipio y Javier empezó a rehacer su vida. Pidió un crédito al Banco Agrario por 60 millones y los invirtió en un cultivo de yuca, pero perdió casi todo pues al momento de sembrar la yuca el kilo costaba $1.200 pesos, pero cuando ya estaba lista para la venta el kilo solo costaba $400 pesos; era más fácil dejarla perder que arrancarla. Con dificultad recuperó 14 millones de pesos, le entregó 10 al banco y se quedó el resto para volver a empezar. Durante 11 años estuvo pagando la deuda, que ascendía a 90 millones de pesos.

Como desde los 18 años había sido presidente del barrio, de la acción comunal y había tenido la oportunidad de trabajar en temas sociales y cooperativos, Javier decidió que con esa experiencia podía comenzar de nuevo. Convocó a 10 productores de yuca, a la Alcaldía de Puerto Guzmán y al Concejo Municipal, y así creó Asoyupguz, la Asociación de Productores y Comercializadores de Yuca del municipio de Puerto Guzmán.

Más que una asociación donde producen yuca, Asoyupguz es un colectivo que genera empleo, visibiliza el territorio de manera positiva, fortalece el trabajo del campesino, cierra brechas de comercialización, fortalece la educación en el municipio, capacita a la comunidad en el manejo de residuos sólidos, ayuda a capacitar a mujeres campesinas y a diferentes cabildos, les brinda ayuda a los adultos mayores de la comunidad, y trabaja con y por el medioambiente.

Javier cree que para ser un buen líder hay que tener vocación, sentido de pertenencia, empoderamiento para actuar y proponer y, lo más importante, se debe buscar el bien de las comunidades sin importar el rédito individual.

En diciembre del año pasado estuvo compartiendo su historia en el panel ‘Iniciativas para la paz’ en la tercera #CumbreCompaz y ha estado vinculado a diferentes programas de la fundación desde el año 2020.

Gina Parra del Colectivo Miradas

Gina Parra

Colectivo Miradas

El linaje materno, la rebeldía, la paz, la comunicación, la cultura y la reincorporación han marcado el curso de la vida de Gina Parra, una lideresa criada en el campo que hoy aporta a la construcción de paz desde varios roles. Parra es el apellido de su mamá, de su abuela y de su bisabuela, pues la figura paterna nunca estuvo presente en esas generaciones, un aspecto determinante en quién es ella y cuál es su propósito de vida.

Es comunicadora social para la paz de la Universidad Santo Tomás, por curiosidad y por rebeldía, pues no accedió a ser médica como quería su mamá. En la universidad se enamoró de la paz y de la construcción de procesos sociales, además hizo conciencia de lo que es ser mujer, campesina y sujeta política, por eso decidió buscar una maestría relacionada con paz, una idea que cogió fuerza cuando supo que habían comenzado las negociaciones entre el gobierno colombiano y las FARC-EP en 2012. Encontró la maestría en resolución de conflictos, paz y desarrollo de Naciones Unidas, pero no podía pagarla. Aunque no ofrecían becas la solicitó, explicando el contexto en el que se encontraba Colombia y su deseo de participar en el proceso de posconflicto. Finalmente la becaron y se fue a estudiar a Costa Rica.

Regresó a Colombia a buscar trabajo en algo relacionado con el proceso de reincorporación de las FARC-EP. Después de tocar muchas puertas y hablar con muchas personas consiguió un voluntariado con los firmantes de paz, donde estuvo un tiempo pero tuvo que renunciar para buscar un trabajo remunerado. Sin embargo, un año y medio después le ofrecieron el trabajo que actualmente tiene, coordinadora de comunicaciones en el Consejo Nacional de Reincorporación (CNR), un voto de confianza que le costó mucho conseguir, ya que nunca fue militante, miliciana o cercana a las FARC-EP, simplemente era una mujer con conocimiento y ganas de ayudar a construir un país en paz.

Además de trabajar en el CNR es la gestora cultural del Colectivo Miradas, un proyecto que nació en el 2020 en la peregrinación por la vida y por la paz, una marcha nacional que organizaron los firmantes de paz para exigir garantías de vida. En esa marcha, algunos excombatientes que habían aprendido fotografía en las FARC-EP tomaron fotos de manera orgánica en sus regiones y lograron una muestra muy bonita que los impulsó a crear una cuenta de instagram donde narran su nueva vida a través de la fotografía. Le contaron a Gina y desde ese momento ha hecho todo lo posible para que sea un proyecto colectivo y con propósito. Uno de sus mayores logros fue que el reconocido fotógrafo Federico Ríos hiciera un taller de fotografía documental para 30 excombatientes y civiles de 16 departamentos. Actualmente el Colectivo está conformado por 11 personas, 8 firmantes de paz y 3 civiles, que se dedican a fotografiar el posconflicto y todo lo relacionado con la paz y la reconciliación del país.

A sus 33 años Gina sabe que la paz es un proceso de largo aliento, que necesita mucho más que el silencio de los fusiles. Por eso busca generar condiciones de bienestar donde la construcción de paz sea el motor de la gente con que trabaja. Ella es una de las 23 lideresas y líderes que se graduaron el viernes pasado del Diplomado de Liderazgo territorial para la paz que creamos junto a la Universidad Externado.

Enrique Mena de Visaje Negro

Enrique Mena

Visaje Negro

Un turbeño orgulloso de su región. Un turbeño que busca darle un vuelco a la estigmatización que han sufrido por décadas en el Urabá antioqueño. Un turbeño que quiere visibilizar la gastronomía, la cultura, la arquitectura, el arte, el mar y la biodiversidad de esta zona del país. Enrique Mena es un joven de 26 años que desde hace 7 años vibra contándole al mundo sobre la afrocolombianidad desde el visaje y lo que es ser negro en Antioquia y en Colombia.

En 2015, mientras estudiaba comunicación social y periodismo en la Universidad de Antioquia, creó Visaje Negro: un portal de etnoeducación y antirracismo en el que, con un lenguaje cercano, hablaba sobre la cultura afro, la identidad negra, el bullerengue y la gastronomía de Urabá, entre muchos otros aspectos propios de los afrocolombianos de esa región.

Hoy sigue narrando esas historias a través de la moda. Visaje Negro se convirtió en una marca de ropa que busca el autorreconocimiento y el empoderamiento de la comunidad de Turbo y de toda la población afrocolombiana. Sus dos pilares son la economía circular y la justicia económica, por eso todo se confecciona en Turbo. Esta iniciativa promueve la construcción de paz desde lo cotidiano y el reconocimiento del otro; todas sus prendas, entre blusas, camisas, kimonos, chaquetas, pantalones y pantalonetas, cuentan historias de un territorio y de una comunidad que busca vivir en paz.

Esta semana Enrique estará en Bogotá junto a más de 20 líderes de todo el país para participar en la fase presencial del Diplomado de Liderazgo Territorial para la paz que creamos junto a la Universidad Externado de Colombia (@uexternado), con el propósito de fortalecer procesos comunitarios y crear redes colaborativas entre los participantes