#LosRostrosDeLaPaz
Delfina Arboleda
Héctor Ramírez
Carlos Ariel
Luis Rivadeneira

Delfina Arboleda
Asoheliconias
Delfina Arboleda nació en el Valle del Patía en el municipio de Balboa, Cauca, pero fue en Putumayo donde logró cumplir muchos de sus sueños, construir una familia y convertirse en lideresa.
A los 11 años se fue de su casa a trabajar cuidando a un niño de una familia en Popayán. Tenía 8 herman@s más y su mamá era madre soltera, todos en la casa tenían que aportar para poder vivir. Desde ese instante Delfina no ha dejado de trabajar en ningún momento. Trabajó en diferentes casas de familia en Popayán y Cali hasta que decidió ir a cumplir un sueño que tenía desde que vivía en Cauca: conocer Putumayo. Le daba curiosidad porque muchos adultos le decían que los jóvenes que llegaban de ese departamento eran mala influencia y que no podían ser sus amigos, ella nunca entendió por qué. Además, le gustaba la comida de allá, como los plátanos que compraba todas las semanas cuando vivía en el Cauca, que les encantaban a ella, a su mamá y a sus herman@s; o el arroz putumayense que también le gustaba mucho.
El 12 de octubre de 1986, con 22 años, decidió cumplir su sueño y se fue. La visita que en principio iba a ser de una semana, ya va en casi 40 años. Viajó en un bus desde Nariño donde había tanta gente que le tocó irse parada. Llegó a La Hormiga, Putumayo, con dinero solo para un chocolate y un pandebono. El choque cultural fue fuerte porque pasó de ver campesinos a personas con muchas joyas y botas de caucho. Además, el día que llegó tuvo que presenciar dos muertes violentas. En La Hormiga solo estuvo 15 días y decidió irse para San Miguel buscando un lugar más tranquilo, pero cuando llegó se encontró prácticamente con un pueblo fantasma. La guerrilla había estado los días anteriores y había cometido una masacre, los cuerpos aún estaban en el parque y eran las dos de la tarde y no se veía nadie en las calles. A pesar del violento recibimiento en San Miguel, Delfina se quedó tres años y conoció a quien hoy es su esposo y el padre de sus hijos. Ahí trabajó en una licorera y administró un almacén. Cuando su hijo tenía 3 años se fue para Orito y comenzó a trabajar por su verdadero sueño, ser empresaria. Empezó alimentando pollos y logró montar una distribuidora donde semanalmente vendía 300 pollos, la empresa duró 10 años.
En el 2000 la violencia en la región se recrudeció con la entrada de los paramilitares, muchas mujeres comenzaron a ser violentadas física y sexualmente, y otras quedaron viudas y sin hijos. Por alguna razón muchas de ellas llegaban a la casa de Delfina a pedir ayuda, ella no tenía cómo socorrerlas pero sabía que las instituciones del Estado podían y debían hacerlo. Fue a pedir ayuda pero la respuesta era que no podían atenderlas de manera individual, que era más fácil si todas creaban una organización. Duraron tres años intentando crearla, pues muchas tenían miedo de alzar la voz y ser visibles. En un comienzo eran 60 mujeres y después solo quedaron 20.
La búsqueda del nombre de la organización también fue difícil y dolorosa porque todo lo que se les ocurría hacía referencia a las violencias que habían vivido, Delfina quería algo alegre y positivo y se le ocurrió heliconia, el nombre de la flor que la había acercado más a la naturaleza, pues apenas llegó a Putumayo casi no le gustaba el campo y fueron las flores las que la enamoraron, especialmente la heliconia o flor del platanillo como es conocida en la región. A las mujeres les encantó la idea y así nació Asoheliconias, Asociación de Mujeres Cabeza de Familia.
El mismo año en que la asociación se creó, Delfina comenzó a estudiar por primera vez en su vida, se formó en frutales amazónicos con el Sena, participó en el programa de reconversión sociolaboral de la Presidencia de la República y estudió promotoría ambiental. Así mismo comenzó a motivar a las demás mujeres a que estudiaran sin importar su contexto o vivencias y sin desconocer que ser ama de casa también es una profesión donde tienen la importante labor de educar a las nuevas generaciones y ser las administradoras de la casa.
Durante la formación en frutales amazónicos se dio cuenta que le sobraban muchos residuos, por lo que creó un espacio para tirar las cáscaras y semillas que sin darse cuenta se convirtieron en abono. Cuando hizo la formación en promotoría ambiental le enseñaron más sobre el abono orgánico, su versatilidad y potencial. Con esa información y conocimiento animó a las mujeres de la asociación para que comenzaran a producirlo y, una vez las convenció, fueron al casino de Ecopetrol para pedirles los desechos diarios de manera que pudieran producir más abono. Ahora lo venden en la comunidad, lo usan para la huerta de la asociación y para los jardines de todas.
Tras el éxito del abono Delfina animó a las mujeres a sembrar sacha inchi pero, a pesar de que se daba muy bien, no había demanda. Lo intentaron varias veces pero nunca lograron venderlo, un fracaso que las desmotivó mucho. Sin embargo, la idea del sacha inchi regresó en el 2021 cuando un ingeniero de la ONU llamó a Delfina para decirle que había una muy buena oportunidad para comercializarlo, Delfina le dijo que no quería saber de ese alimento porque, aunque ella le tenía mucha fe, no tenía cara para decirle a las mujeres que volvieran a sembrar. Él le dijo que era un proyecto de cooperación internacional de Corea del Sur y que si lograba caracterizar las familias que podrían participar en el proyecto, los coreanos iban hasta Orito para cerrar el convenio. Delfina se animó, convenció a las mujeres y a casi toda la comunidad. Caracterizaron 300 familias en Orito pero el proyecto necesitaba 700, entonces se fueron a otros municipios cercanos a conseguirlas. Lo lograron y la representante de Korea International Cooperation Agency (Koika) los visitó en abril del año pasado. Las familias comenzaron a sembrar en diciembre y el propósito es que este año se dé la primera cosecha.
Aunque la asociación se creó para empoderar mujeres y no con la intención de que fuera una plataforma para hacer proyectos productivos, el liderazgo de Delfina y el esfuerzo de todas las mujeres que hacen parte de Asoheliconias les ha permitido crear un espacio seguro y de resiliencia pero también una opción económica para todas. Delfina hace parte de #PazVerde, nuestro programa de construcción de paz con el medioambiente.

Héctor Ramírez

Carlos Ariel
Caguán Expeditions
Es politólogo y magíster en geografía y desde hace seis años trabaja con excombatientes en la que fue una de las zonas más estigmatizadas a raíz del conflicto armado. Lo mueven la naturaleza, el río, el ecoturismo, el trabajo comunitario y un futuro en paz.
Carlos Ariel nació en Bogotá pero se crió en Bucaramanga. Le gustaba más la calle que la casa, se escapaba a jugar fútbol y a pasear con los amigos. En el colegio participaba en grupos de activismo político y asistía a grupos de estudio y a marchas. Alcanzó a estudiar un año y medio de derecho cuando se dio cuenta de que era una ciencia, para su gusto, muy rígida, preestablecida, donde debía seguir códigos, manuales y conductas que no iban con su espíritu libre y espontáneo.
Regresó a Bogotá y estudió Ciencia Política en la Universidad Javeriana donde pudo profundizar en cuestiones de lo público y el poder; después estudió una maestría en geografía en la Universidad Nacional de Colombia por una inquietud intelectual que le despertó la naturaleza. Se cuestionaba mucho sobre las características físicas de los lugares que amaba visitar y también le intrigó la relación espacio-poder y las relaciones humanas con el territorio.
Su experiencia profesional está relacionada con temas de desarrollo rural y territorial, medioambiente y asuntos humanitarios. Trabajó en la Dirección Contra Minas Antipersonal de la Presidencia y durante el proceso de paz coordinó un proyecto de desminado humanitario en Santa Helena, en Mesetas, Meta, donde trabajó de la mano con integrantes de las FARC, en ese momento todavía guerrilleros, y con militares y representantes de Noruega.
En 2017 llegó a la Oficina del Alto Comisionado para la Paz (OACP) como delegado en el punto transitorio de normalización de Miravalle, San Vicente del Caguán, Caquetá. Ahí trabajó en el tránsito a la vida civil de los excombatientes de la columna móvil Teófilo Forero, en los primeros pasos del proceso de reincorporación.
Durante su trabajo como delegado de la Oficina del Alto Comisionado para la Paz en Miravalle, Caquetá, le preguntó a un grupo de excombatientes qué idea tenían para su proyecto productivo. La respuesta fue: piscicultura y agricultura. Carlos les preguntó si habían pensado en el ecoturismo, aprovechando la naturaleza que les rodeaba y el río, que podría servir para realizar actividades. A l@s excombatientes les sonó la idea y pusieron a prueba el río en una sesión de rafting. El río, que por décadas había sido una frontera de guerra, ahora lo querían usar para el deporte. Tan pronto el río Pato pasó la prueba no dudaron en contemplar la posibilidad del ecoturismo y llamaron a Carlos Ariel para que hiciera parte del proyecto con dos condiciones: que ellos fueran los dueños mayoritarios de la empresa y que él estuviera ahí. Carlos Ariel lo pensó, no fue una decisión inmediata, pero finalmente les dijo que sí porque para él la firma del Acuerdo de Paz era una oportunidad para todo el país, no solo para las víctimas y l@s excombatientes.
Desde su creación hace seis años, Caguán Expeditions ha tenido que enfrentarse a la realidad de la ruralidad y la selva, a estar en una zona donde el terreno, las vías y los servicios públicos no son los mejores. Además, han encontrado desafíos en la recolección de fondos, la capacitación de las personas en turismo y la autosostenibilidad. Sin embargo, todo eso pasa a un segundo plano cuando ven los frutos de tanto esfuerzo, pues han logrado, poco a poco, cambiar el imaginario de much@s colombian@s sobre San Vicente del Caguán, una región estigmatizada por el conflicto armado que hoy tiene otra imagen. De igual forma, el proyecto y sus integrantes han recibido reconocimientos tan importantes como haber representado al país en un mundial de rafting en Australia, estar preparándose para ir a Italia a su segundo mundial y ser la actual selección Colombia de ese deporte.
Carlos Ariel cree que el posconflicto es un compromiso que debe asumir toda la sociedad colombiana. Actualmente dirige @caguanexpeditions, un emprendimiento conformado por excombatientes de las FARC-EP, profesionales y comunidades locales de la región del río Pato en San Vicente del Caguán. Le apuestan al turismo de naturaleza, de aventura y de memoria histórica para construir paz y ofrecen planes de rafting, senderismo y avistamiento de aves, entre otros. También coordina la Red de Turismo, Paz y Reconciliación que tiene 13 proyectos de ecoturismo de firmantes de paz y campesin@s del Caquetá, Putumayo, Meta, Guaviare y Bogotá.
Con Caguán Expeditions han ayudado a quitarle el estigma a una zona que siempre se ha considerado violenta, donde la gente se imagina que todo aquel que vive ahí es guerriller@, y han demostrado que San Vicente del Caguán no solo ofrece oportunidades para las personas que han vivido y sufrido la guerra. También han logrado cambiar la historia de un territorio y convertirlo en un espacio de reconciliación y paz, porque construir paz también es hacer turismo consciente y responsable, turismo que reconcilie a la sociedad, turismo más allá del ocio, de lo masivo y de lo tradicional.
Caguán Expeditions es una de las iniciativas de #PazVerde, nuestro programa de construcción de paz con el medioambiente.

Luis Rivadeneira
Pacific Dance