Fundación Compaz

#LosRostrosDeLaPaz

Elizabeth Morales

Naberajau

David Villegas

La Casa de la Paz

Alain Cuadro

Colectivo Miradas

Casika Atahualpa

Colectivo Miradas

Elizabeth Morales

Naberajau

Para Elizabeth ser indígena es un privilegio, es riqueza y orgullo, es la forma en que ha logrado trabajar hombro a hombro con otras mujeres, es lo que le ha dado sabiduría ancestral y es lo que le dio sentido a su vida después de haber sido víctima del conflicto armado.

Hace parte de la comunidad indígena Embera Chamí y durante toda su niñez fue testigo del desplazamiento de su familia a causa del conflicto armado. Desde el año 2000 a su papá, mamá, hermanos, tíos, abuelos, entre otros familiares, y amigos, les tocó huir de Remolino del Caguán, el municipio donde ella nació. En 2014 el turno fue para ella y sus hijos, con quienes tuvo que salir huyendo de la finca donde vivían. Antes de llegar a su destino una mina antipersona le voló la pierna.

Elizabeth estuvo hospitalizada durante 90 días en Florencia. Cayó en una depresión muy grande y solo veía en la muerte una salida. Sin embargo, sus hijos y su amor por el territorio le dieron fuerza para continuar. Se trasladó con su familia al municipio Cartagena del Chairá donde se propuso organizar el Cabildo Indígena Embera Diosa del Chairá junto a otras familias indígenas que allí habitaban. A través de las artesanías, Elizabeth y las otras mujeres del cabildo han sanado sus cuerpos, marcados por la guerra, y su relación con un territorio que también ha sido violentado.

Para formalizar la actividad que les había devuelto las ganas de vivir a muchas de las mujeres víctimas del conflicto armado en el cabildo crearon Naberajau, que significa “pensamiento ancestral hecho a mano”, un colectivo de arte y defensa de los derechos de las mujeres, incluyendo a la más importante de todas las figuras femeninas: la Pacha Mama.

Lo que inició como un espacio de sanación se convirtió en un proyecto productivo que poco a poco necesitó mejor estructuración y, sobre todo, formas de comercialización, por eso convirtieron el colectivo en una asociación ‘Naberajau, asociación de mujeres tejedoras de paz’, conformada por 20 mujeres que buscan promover la construcción de paz, fortalecer la identidad cultural de su pueblo, concientizar a las personas sobre la importancia del medioambiente y generar ingresos económicos para su comunidad a través de artesanías como manillas, collares, accesorios y adornos en chaquiras, entre otras.

Elizabeth participó en el taller que desarrollamos junto a Matamba (@matamba_artesanal) para fortalecer a mujeres que trabajan en el rescate de tradiciones culturales y en la generación de oportunidades de crecimiento en sus territorios; también estuvo en la Escuela de Gobernanza Ambiental Comunitaria de #PazVerde, nuestro programa enfocado en el fortalecimiento de iniciativas que aportan a la construcción de paz y a la conservación ambiental en la Amazonía y el Pacífico colombianos; y además se graduó del Diplomado de Liderazgo territorial para la paz que creamos junto a la Universidad Externado.

David Villegas

La Casa de la Paz

David viene de una familia desplazada a causa del conflicto armado. Nació en Caucasia, Antioquia, es el mayor y el único hombre de cuatro herman@s.

Tuvo una infancia relativamente normal hasta los 8 años, después de eso su vida fue un vaivén entre la casa de su mamá, su papá, su abuela, su abuelo y su primo. Desde pequeño vendió buñuelos, empanadas, frutas y BonIce porque tenía que ayudar con los gastos del hogar, un apartamento donde vivían alrededor de 20 personas y muchos dormían en hamacas o en esteras en el piso. Comían todos los días arroz con huevo y una vez a la semana tenían para revolverle un poco de carne.

A los 15 años David se cansó de vivir de esa forma, sin poder avanzar en sus estudios y sin ver con claridad un futuro distinto. Se escapó y se fue a trabajar en minería ilegal, ahí aprendió a manejar retroexcavadoras y por primera vez estaba medianamente contento en lo que hacía. Sin embargo, estaba trabajando en la ilegalidad y eso tarde o temprano le traería problemas, por cuenta de líos con paramilitares tuvo que regresar a Caucasia donde su mamá.

Una de sus hermanas, con tan solo 13 años, se había escapado de la casa, nadie sabía de ella, pero las sospechas eran que se había enlistado en las filas de las FARC-EP. Justo cuando David regresó a la casa de su madre, la hermana llamó, les contó dónde estaba y les dijo que la visitaran. Llegaron a una casa cerca al campo donde estaba con dos mujeres más, todas vestidas de civil. Fue una visita como cualquier otra, tranquila y sin peligro, pero hubo un momento en que pasaron personas con camuflado y armas, su hermana les dijo que estaba con ellos y que no había problema. Ella efectivamente hacía parte de las FARC-EP.

Después de ese encuentro el ejército ubicó a David y comenzó a pedirle información de su hermana y de los jefes del frente al que ella pertenecía. Al cabo de dos meses de presiones, David decidió ingresar a las FARC-EP para evitar retaliaciones por no dar la información que le pedían. En 2015 lo capturaron en medio de un combate y lo enviaron a la cárcel de Barrancabermeja, a un patio donde había cuatro guerrilleros y donde el resto eran paramilitares, un factor que hacía mucho más pesado y peligroso el encierro. Además, comenzó a sufrir de paludismo, una enfermedad que le había dado en la selva, pero que venía controlando con medicamentos. En la cárcel se negaron a darle atención y poco a poco David se estaba muriendo.

Por medio de una acción de tutela, que interpuso uno de sus compañeros guerrilleros, lograron que a él y sus compañeros de las FARC-EP los trasladaran a Cúcuta, una cárcel donde había más de 100 guerrilleros y donde le suministraron desde el principio las medicinas que necesitaba. A esa cárcel llegó a principios de 2016 y para ese entonces el tema de conversación de los guerrilleros era el proceso de paz. David estaba muy feliz de la posibilidad de un Acuerdo entre el gobierno colombiano y las FARC-EP porque sabía que por cuenta de él y su hermana su familia estaba en peligro, además, quería salir de la cárcel a trabajar de manera legal.

Cuando se firmó el Acuerdo de Paz y llegó el momento de salir de la cárcel, en 2017, su abogada le dijo que tenía dos opciones, irse para la Zona Veredal de Carrizal, Antioquia, o irse para Bogotá. Al Bajo Antioquia no podía regresar por los problemas que había tenido mientras trabajaba en minería ilegal entonces decidió irse para Bogotá, donde conoció Fucepaz, una fundación de excombatientes y promotores de paz. Ahí lo ayudaron a terminar el bachillerato y le dieron opciones de empleabilidad, entre las que estaba trabajar en desminado o en la Unidad Nacional de Protección (UNP), pero ninguna lo convencía, David no quería saber nada de minas, ni de armas, así fuera en el marco de la legalidad. En la fundación conoció a Sebastián Paz, otro excombatiente que le habló de un empleo en una planta de plástico, y aunque no sabía nada del tema David prefirió esa opción. Ahí estuvo dos años, hasta que se encontró con ‘Curita’, su compañero de cárcel en Barrancabermeja que había presentado la acción de tutela para que lo trasladaran a la cárcel en Cúcuta. Él le comentó sobre un proyecto productivo de cerveza artesanal que estaban creando un grupo de firmantes y que necesitaba capital. A David le encantó la idea e invirtió los ocho millones que el gobierno le dió, como a todos los firmantes del Acuerdo de Paz para comenzar una nueva vida, en el emprendimiento de cervezas.

Ahora David es uno de los socios de Cerveza La Trocha, un emprendimiento de 10 firmantes de paz. Su sueño es que La Trocha tenga una planta propia para hacer la cerveza y que él pueda ser el líder de operaciones. @latrochacerveza hace parte de #PuentesParaLaReconciliación, nuestro ecosistema de recursos para la paz.

Alain Cuadro

Colectivo Miradas

Alaín nació en una familia popular de Cartagena, donde aprendió de su papá y de sus tíos sobre el mundo sindical y sobre la importancia de defender los derechos de las poblaciones más vulnerables. Sus tíos un día desaparecieron, el rumor era que habían entrado a la guerrilla, rumor por el cual el papá de Alaín perdió su trabajo, fue secuestrado, torturado y tuvo que huir de Cartagena para que no lo mataran. Alaín tenía 14 años cuando lo vio por última vez.

Durante la adolescencia lo intentaron reclutar muchas pandillas pero Alaín nunca cedió, estaba estudiando diseño gráfico de manera virtual para cumplir su sueño de trabajar en comunicaciones, además de seguir los pasos de su padre como activista político. Sin embargo, todos sus sueños terminaron un día que lo fueron a buscar directamente a su casa, la historia de su papá se estaba repitiendo. Le recomendaron que se fuera porque si no lo iban a matar. Alaín se fue para el sur de Bolívar y ahí estuvo cinco años.

Cuando regresó a Cartagena logró retomar su pasión en un periódico regional que le dio trabajo como diseñador. Además, comenzó a ofrecer servicios de diseño como freelance, así conoció a un señor que le regaló una cámara Olympus C50, su primera cámara y la que le despertó el gusto por la fotografía. Alaín supo de un curso de fotografía y decidió ir, aunque no tenía el dinero para pagarlo. Allá expuso su situación y mostró las fotos que había tomado con su cámara; los dueños vieron talento y ganas y le dieron una beca a cambio de trabajar de manera ocasional en la escuela.

Años después, en el marco del proceso de paz entre el gobierno colombiano y las FARC-EP, hizo campaña de manera activa por el SÍ, y después de firmado el Acuerdo de Paz quiso participar en la peregrinación por la vida y por la paz, una marcha nacional que organizaron los firmantes de paz para exigir garantías de vida. Desafortunadamente las condiciones de seguridad en Cartagena no eran las mejores y decidió no asistir. Sin embargo, lo que sucedió en la marcha le iba a dar un rumbo diferente a su vida. Después de terminada la peregrinación recibió una llamada de Gina Parra, una ciudadana que quería articular un proyecto con excombatientes que habían aprendido a tomar fotos en la guerrilla y que documentaron la marcha, y con ciudadanos con interés en la construcción de paz y la fotografía. Alaín aceptó y entró como fotógrafo al Colectivo Miradas, donde pudo asistir a un taller de fotografía documental con el reconocido fotógrafo internacional Federico Ríos.

Actualmente el Colectivo está conformado por 14 personas de todo el país que se dedican a retratar el posconflicto y todo lo relacionado con la paz y la reconciliación del país, además de dictar talleres de fotografía a excombatientes y a población vulnerable. De manera paralela Alaín continúa como freelance en medios locales y regionales de Cartagena y del departamento de Bolívar.

Su sueño es crear una Escuela de Comunicación para la paz en Cartagena donde pueda enseñarle herramientas de diseño, comunicación y fotografía a víctimas del conflicto armado, excombatientes y constructores de paz.

El Colectivo Miradas hace parte de nuestro ecosistema de recursos para la paz #PuentesParaLaReconciliación.

Casika Atahualpa

Colectivo Miradas

Toda su vida supo quiénes eran las FARC-EP porque nació y se crió en Riveras de Putumayo, un lugar dominado por la guerrilla. Las y los guerrilleros eran otras personas más del territorio, en muchas ocasiones los protectores de la población.

Con un trabajo difícil para ella y sin poder regresar al colegio, Casika vio en las FARC-EP una oportunidad. Sin embargo, no fue fácil enlistarse en las filas de la guerrilla porque no la dejaban entrar por su edad. Cansada y sin mucha esperanza, optó por decir que era más grande y así pudo ingresar. Sin entender muy bien de lo que se trataba, y cuál era la lucha de la organización, se convirtió en guerrillera.

Casika dice que aprendió muchas cosas buenas dentro de la guerrilla, pero asegura que lo más importante fue darse cuenta de la realidad de los pueblos más olvidados y vulnerables del país, pues eso la ayudó a crear una sensibilidad especial frente a las injusticias y las luchas sociales que aún le es útil, pero ahora desde la vida civil y la construcción de paz.

Después de firmado el Acuerdo de Paz se desplazó al Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) La Carmelita en Putumayo. Ahí estuvo solo unos meses, pues junto a su pareja y otros firmantes de paz decidieron ir a las fiestas de San Pedro en Huila a presentarse con la Escuela artística y cultural Manuel Marulanda, un sueño que siempre habían tenido.

Lastimosamente, Casika perdió a su pareja en 2022, un firmante del Acuerdo que le estaba apostando a la construcción de paz. Desde ese momento ella hace parte de la Fundación Sin Olvido, conformada por mujeres viudas firmantes de paz. También hace parte de la dirección nacional de @comunes.col; es integrante del @colectivomiradas, un grupo de personas de todo el país que a través de la fotografía ha promovido la construcción de paz; y es presidenta de la Fundación Herederas de Manuel, conformada por 25 mujeres firmantes de paz que buscan impulsar y exigir la implementación del Acuerdo de Paz.

El @colectivomiradas es una de las iniciativas que fortalecemos desde #PuentesParaLaReconciliación, nuestro ecosistema de recursos para la paz.