#LosRostrosDeLaPaz
Mayerly Aragón
Doris Suárez
Juan Estheban Cuasialpud
Ilva Rosa Rolong

Mayerly Aragón
Café Dorado del Perijá

Doris Suárez
La Trocha
Comer helado, tomar tinto todos los días y entrar a una tienda de barrio a comprar frutas y verduras fueron algunas de las cosas que Doris extrañó durante 44 años, 30 que pasó en la selva y 14 que estuvo en la cárcel por hacer parte de las FARC-EP.
Nació en una familia conservadora. Su papá era policía y creía que las mujeres iban a la universidad para conseguir marido. Fue él quien le heredó la rebeldía pues llevaba apenas un año en la policía cuando decidió salirse porque no le gustaba como lo mandaban. Doris logró estudiar un tecnológico en secretaría en el SENA y después entró a estudiar sociología en la Universidad Latinoamericana en Medellín, lejos de sus padres y del departamento en donde creció, Tolima.
Tenía 19 años cuando estudiaba sociología, trabajaba y hacía parte de un sindicato. Asegura que desde muy pequeña adquirió una gran sensibilidad social y que la marcaban mucho las protestas de los trabajadores que reclamaban por sus derechos laborales. Ella, sin entender aún mucho del tema, sabía que era justo todo lo que pedían y por eso decidió ser parte del movimiento. De manera paralela se vinculó al Partido Comunista y fue ahí cuando entró a la guerrilla. A los 24 años decidió abandonar la política para irse a las filas de las FARC, se cansó de protestar y exigir derechos de manera pacífica y además sabía que defender sus ideales le podía costar la vida. En 2003 la capturaron en Medellín donde tuvo que convivir, en su gran mayoría, con mujeres condenadas por microtráfico, quienes representaban el eslabón más débil de la cadena, una situación que ratificó su malestar y su rabia frente a la injusticia y la desigualdad, las mismas razones que la llevaron a unirse a las FARC.
Fue en la cárcel donde supo que estaba en marcha un proceso de paz y, aún cuando era muy escéptica sobre su éxito, se alegró, pues asegura que en el ADN de la guerrilla el principal propósito siempre fue la resolución del conflicto armado. Cuando se firmó el Acuerdo ella tenía el derecho a salir de la cárcel ya que llevaba más de ocho años presa, pero por temas burocráticos se demoraron siete meses después de firmado el Acuerdo para dejarla libre.
Su plan era irse a una Zona Veredal para trabajar en el campo, construir de la mano de l@s otr@s excombatientes una ciudadela de paz y sacar adelante su proyecto productivo, sin embargo, un compañero la convenció de quedarse en Bogotá, una decisión que cambió todos sus planes. Gracias al apoyo de universidades y organizaciones de la sociedad civil, Doris y otros excombatientes lograron aprender sobre cerveza artesanal, el producto que poco tiempo después iban a desarrollar y que los iba a ayudar a reintegrarse a la sociedad de manera satisfactoria.
Hoy lidera un emprendimiento de cervezas artesanales conocido como La Trocha. La venden en La Casa de la Paz, un espacio cultural de memoria y reconciliación donde promueven el cuidado colectivo y el respeto frente a la diferencia, reconociendo la diversidad y con la convicción de que es posible construir un mejor país entre tod@s. En la Casa, que cumplió dos años hace poco y ha tenido una gran acogida, también ofrecen decenas de productos de excombatientes y víctimas del conflicto, una muestra clara de reconciliación y construcción de paz en un espacio creado por excombatientes.
Doris ejerce su liderazgo bajo la premisa de que todo lo que se haga debe ser colectivo y beneficiar a la mayoría. Este año se graduó del Diplomado de Liderazgo territorial para la paz que creamos junto a la Universidad Externado. Además, La Trocha hace parte de #PuentesParaLaReconciliación, nuestro programa de fortalecimiento de iniciativas de construcción de paz.

Juan Estheban Cuasialpud
Gallito de Roca
Juan Estheban Cuasialpud logró conservar y construir paz en un territorio conocido por la explotación y por la guerra. Pasó de ser el niño travieso que perseguía pájaros con una cauchera a crear un colectivo que conserva, registra y admira más de 500 especies de aves en el Putumayo.
Estheban nació en la vereda El Líbano, en Orito, y lo trajo al mundo su abuela, la partera de la familia. Su padre le enseñó a trabajar de la mano del medioambiente, era aserrador, cortaba madera y la vendía. Sin embargo, nunca cortó la madera de su finca, él conservaba el bosque de su parcela y le enseñaba a Estheban la importancia de hacerlo.
A los 7 años sintió la guerra de cerca pues su casa quedó en la mitad de un combate entre la guerrilla y el ejército. Desde ese momento presenciaba cada vez más estas situaciones, sobre todo cuando entró el paramilitarismo a la escena. Ya no se podía saludar a nadie sin prevención, si hablaban con alguien afín a alguno de los grupos armados corrían el riesgo de ser catalogados como colaboradores o integrantes de esos grupos.
Debido a la situación de violencia y a que él y su hermana tenían muchas ganas de estudiar, su papá los mandó a Orito apenas terminaron la escuela para que siguieran estudiando, se graduaran de bachilleres y estuvieran alejados del conflicto. Sin embargo, cada que podían volvían a El Líbano a visitar la finca y el bosque, hasta que se comenzó a volver más difícil, pues en la carretera quedaba un tubo de crudo que las guerrillas explotaban con mucha frecuencia. Así, pasó un tiempo sin que pudieran regresar a la finca. Estheban se graduó del colegio y comenzó a trabajar en Orito pero con el deseo intacto de regresar a El Líbano.
En el 2013 finalmente volvió a su casa de niñez y comenzó a probar suerte criando gallinas ponedoras, criando cerdos, volvió a cortar madera y tuvo cultivos de plátanos y de café hasta que en 2015 llegó un ciudadano de Bélgica preguntando por aves. Él no entendía muy bien las intenciones del “gringo”, le daba desconfianza y le parecía raro, era un hombre con un interés particular por los pájaros de la zona. Un día le preguntó cuántas especies de aves había en la vereda, Estheban le dijo que cuatro, a lo que el belga le respondió que era imposible y le comenzó a explicar qué era el avistamiento de aves y cómo Colombia y especialmente ese territorio eran una potencia en esa actividad.
Ahora en la vereda hay 540 especies de aves registradas y Estheban administra la reserva natural Isla Escondida, propiedad del “gringo” que al principio le daba desconfianza. Sin embargo, no solo trabaja para él, pues junto a otras personas de la comunidad creó el Colectivo Gallito de Roca, que se enfoca en cuidar y conservar la naturaleza por medio del turismo ecológico y comunitario y le apuesta a resignificar las áreas que antes eran zonas de guerra y cultivos ilícitos, haciendo de ellas senderos para el aviturismo y la reforestación del Amazonas.
Aunque ahora está estudiando guianza turística en el Sena, todo su aprendizaje ha sido empírico y fruto de un proceso duro, porque asegura que hace unos años nadie le quería apostar a la conservación, nadie la entendía y pensaban que no era importante, algo que para él no fue tan difícil de entender porque su papá de manera implícita siempre le dio el ejemplo de la importancia de cuidar los bosques y el medioambiente.
Para Estheban el liderazgo ambiental es hacer eco en personas que no se identifican o no entienden el poder de la conservación para que se conviertan en replicadores de su importancia. Él asegura que la paz no solo es la firma de un acuerdo, sino que las personas puedan quedarse en sus territorios y encontrar y crear oportunidades económicas de manera responsable allí.
Estheban se graduó del diplomado en Liderazgo Territorial para la paz que desarrollamos junto a la Universidad Externado y el Colectivo Gallito de Roca hace parte de #PazVerde, nuestro programa de construcción de paz con el medioambiente.

Ilva Rosa Rolong
Educadora
Ilva recuerda que su papá le leía poesía debajo de un árbol, a ella siempre le gustó leer sobre educación.
Su papá la impulsó a estudiar, aún cuando era difícil conseguir lo del transporte para que llegara a la escuela. Intentó estudiar psicología infantil en Barranquilla, su ciudad natal, pero no encontraba trabajo, por lo que decidió irse a Bogotá a trabajar en un laboratorio farmacéutico mientras estudiaba licenciatura en educación preescolar y básica primaria.
Cuando se graduó tenía claro que la docencia para ella no era un trabajo, era un estilo de vida, y que sin importar las circunstancias se iba a dedicar siempre a eso.
Entró a trabajar en el colegio Inem Santiago Pérez en Bogotá como maestra de prejardín cuando estaban implementando un programa de inclusión, algo que le llamó la atención y a lo que le dedicó mucho tiempo. Como era un programa nuevo no había material pedagógico para acompañarlo, e Ilva encontró en ello una oportunidad de retomar su amor por la lectura, no como lectora, sino como autora. Así, escribió diferentes cuentos donde, por medio de personajes diversos, le enseñaba a sus estudiantes la importancia de respetar y entender la diversidad.
Cinco años después de implementar sus libros en clase llegó la pandemia y con eso otra oportunidad que Ilva supo aprovechar. Creó ‘La magia de la literatura’, un espacio virtual inicialmente, donde l@s niñ@s elaboraban cuentos de tela junto a sus padres. Cuando se terminó el aislamiento esta actividad se trasladó a las aulas de clase, donde entre todos creaban los cuentos que después servían para fortalecer los procesos de inclusión en la primera infancia, reforzar el valor de la diversidad y la diferencia como condición humana, además de educar en valores y con un enfoque en construcción de paz.
Ilva cree que su profesión es la mejor, sobre todo porque tiene el privilegio de ser educadora de niñ@s de primera infancia, donde puede sembrar una semilla positiva en una etapa de enorme descubrimiento y crecimiento, una semilla que no solo impacta a los estudiantes, sino a sus familias. A través de la promoción de la lectura, los cuentos y la educación, busca contribuir a una mejor sociedad, más tolerante y por consiguiente más pacífica.
Ilva participó en la segunda cohorte de #AprendEPaz, un programa que creamos en alianza con @coschool con el fin de promover la construcción de paz en los territorios a través de la educación. Esta experiencia le permitió aprender sobre el enfoque socioemocional en la educación, una herramienta más para nutrir sus libros.